jueves, 28 de marzo de 2019



EL BALDECITO VIAJERO

Prof. Jose Luis Arista Tejada

Mis días, en estos últimos años, transcurren entre ir y venir de la casa a la escuela y de la escuela a la casa; ello hace que los días lunes, muy de madrugada, me recoja el carro en mi vivienda, para trasladarme con dirección a mi centro de labores, viajando un promedio de tres horas y media. El trayecto se encuentra actualmente, a consecuencia de las lluvias, en condiciones deplorables, con baches y derrumbes. Conforme avanzamos, nos damos cuenta que la carretera fue construida en terrenos muy inclinados, que pueden ser motivo de accidentes de tránsito, si el conductor se distrae o pierde el control del vehículo, lo cual sería fatal.
Recuerdo haber sido testigo de un evento de ésta índole. En este mismo trayecto, de Chachapoyas a Congón, una camioneta 4x4, que es el tipo de vehículo que recorre ésta ruta con dirección a Collonce, Providencia y Ocallí, se volcó. Sucedió un segundo domingo de mayo del 2011, día de la madre. Ese día, estaban junto a mí, mi esposa y mis dos hijos aún pequeños. Queríamos retornar a Chachapoyas, luego de haber rendido homenaje a las madres del anexo de Congón el día anterior.
La camioneta que nos recogió ese día en Congón, inició su recorrido de regreso a Chachapoyas. El recorrido de subida, pasa por Amia, Huaylla Belén, el cerro Ticlla; para luego descender y llegar a Conila Cohechán, a Luya y finalmente a Chachapoyas. Pero ésta vez, habíamos avanzado solamente un tiempo de cuarenta minutos desde Congón, pasando Amia y todas las curvas que parecen juntarse una y otra vez, por lo empinado que es el cerro, y, después de dar la vuelta la última colina de las curvas, nos encontramos con algo terrible: una camioneta de color blanco se estaba en el fondo del precipicio, doblada a la mitad. En lo empinado del cerro, el cual se veía con poca vegetación por haber sido parte de un deslizamiento de suelo años atrás, en esa pendiente, se hallaba desparramado las cosas que pertenecía a los pasajeros. Además se veía el cuerpo de algunos de ellos, que se habían caído del vehículo y estaban ya sin vida. En el fondo, el panorama era aún más desolador.
Yo y los que viajábamos ese día con dirección a Chachapoyas, fuimos testigos de ello; pues tuvimos que bajar a auxiliar a los heridos. Del total de ocho pasajeros, solamente sobrevivió una dama. El conductor se encontraba atrapado entre el timón y el asiento, aún con signos de vida, y lo rescatamos. Improvisamos una camilla y los sacamos a la carretera en la parte alta. Lo subimos a la camioneta y lo trasladamos al Hospital Regional de Chachapoyas. Sé que permaneció en estado vegetal por varios años.
Tengo vivo el recuerdo de éste suceso. No lo quiero describir con lujo de detalles porque fue realmente impactante lo que yo vi en esa ocasión y no se me borra del todo de la mente. Y, ya que se da la ocasión quiero elevar al cielo una oración por el alma de esas maravillosas personas que de un momento a otro perdieron la vida; así como de las muchas vidas que se opacan en situaciones parecidas.
Sé que estamos expuestos a muchos peligros y entre ellos, a los accidentes de tránsito; por tanto, quiero pedir también por todos nosotros los profesores que nos trasladamos de un lugar a otro para cumplir con nuestra labor, para que Dios nos proteja y nos libre de todo peligro, pues tenemos estudiantes que nos esperan, así como una familia que sufre mucho con todo esto. Pedir por todas las personas que viajan: cerca, lejos, solos, acompañados; que Dios los proteja y los bendiga abundantemente.
Como los narraba a un inicio, mis días transcurren entre ir y venir de casa a la escuela y de la escuela a la casa. Voy los lunes de madrugada a la escuela y regreso los viernes por la tarde a casa. Trato de pasar sábados y domingos con la familia.
Esta es la rutina, seguramente, también de muchos colegas míos, como los que nos dirigimos por ahora, por la zona de Ocumal.
Entre mis cosas, siempre llevo conmigo un balde de veinte litros con tapa; y, desconocía yo que mis colegas que frecuentan la misma movilidad, han llegado a nombrar al balde en mención, como el “baldecito viajero”
Es viajero porque al igual que yo, los lunes va y los viernes viene. Es tan conocido ya por los pasajeros y conductores que tiene su lugar especial en la tolva de la camioneta.
Muchas veces sirve como asiento para los pasajeros que ya no encuentran un lugar en cabina y por la necesidad y urgencia de viajar, se tienen que ir atrás, junto a mi baldecito viajero, que por muchos años, recorre ya la ruta.
Este baldecito viajero, lleva en su interior los insumos para la semana, que por lo delicado del contenido, tiene que estar protegido, teniendo en cuenta que, si no va dentro de un balde fuerte y sólido, los pasajeros que viajan en la parte de atrás y que se sientan sobre las mochilas, aplastarían y malograrían aquello que no queremos que se dañe.  En tal sentido, el baldecito viajero es de gran ayuda.
Por ahora, el estado de la carretera, no permite que otros tipos de vehículos circulen por esta zona, por lo que, las camionetas 4X4, son nuestra mejor alternativa y nos facilitan poder desplazarnos. En ocasiones, es tal la demanda, que de no haber espacio en cabina, tenemos que aventurarnos a viajar atrás, en la tolva, exigiendo al conductor que por favor nos lleve, pues, no hay más movilidad. Esta situación, pone en aprietos al chofer, pues, si nos encontramos con que la policía o transportes están realizando operativos, el perjudicado es el transportista. Pero, no hay otra opción y tanto transportistas como pasajeros, sabemos cuál es la cruda realidad de estas zonas, muchas veces olvidada y abandonada.
El baldecito viajero, es también testigo de ello. Sabe cuántas veces nos hemos quedado en el trayecto para tener que empujar al carro, todos llenos de lodo. Las veces que la lluvia cae y tenemos que extender la carpa. Las veces que el sol quema y el polvo empapa toda tu ropa, tu cabello y tu rostro, que al final bajas del carro, con las pestañas y las cejas todas rubias.
El baldecito viajero, sabe de las veces que estuvimos en peligro, de las conversaciones de los pasajeros, de los vómitos y de las miradas tristes o alegres.
El baldecito viajero conoce la ruta. Conoce el maravilloso valle del Huaylla Belén, porque por ahí pasa en su ida y venida. Siempre está lleno de sueños e ilusiones, de esperanzas y deseos. Está lleno de optimismo y perseverancia. Está lleno del fruto del esfuerzo y de los logros de muchas personas. Está lleno del amor que brota de los corazones buenos, nobles y sencillos.
Cuando no está viajando, el baldecito viajero, se encuentra en reposo y se va llenando para el regreso. De su contenido que es diverso, he disfrutado yo, ha disfrutado mi familia, han disfrutado los estudiantes y muchas personas cercanas; de manera que, el baldecito es fuente de alegrías y sorpresas.
Así como recibe, también da, sin guardarse nada para él. Se ha convertido en filántropo, en amigo, en socio e incluso en maestro. Conoce la escuela, pues junto a  mí ha entrado a las aulas para dejar como siempre, todo lo que tiene para dar.
Oh, baldecito viajero, tengo el honor de llevarte y traerte junto a mí. Quizás unos te han ignorado, te han pateado y te han ensuciado en los tantos viajes que realizamos, pero seguimos en ésta tarea, y, mientras yo siga, tú también tienes que seguir.
Te veo ya desgastado y descolorido. Pasa el tiempo y yo también, al igual que tú, he cambiado físicamente. Se me va cayendo el cabello y a ti se te está rompiendo la tapa. Oh tiempos aquellos, cuando tú estabas nuevecito y brillante y yo, ya no recuerdo cómo estaba, flaco pero lleno de vida, nuevo, como profesor.
Aquí estamos baldecito mío. También hay quienes nos quieren y nos cuidan. Yo te volveré a pintar y estarás reluciente. Yo volveré a reír, a sentirme fuerte y gallardo para seguir adelante en el logro de nuestras metas; pero, sobre todo, ser feliz.
Éste es el baldecito viajero del cual les quería contar, pues, si no los cuento yo, existen muchos, que con gusto les hablarán de él.
El tiempo va pasando y yo no quiero deshacerme de él, pues por más desgastado que esté, veo en él, a un maestro que con los años, con las idas y venidas, con dar todo de sí, se va quedando sin fuerzas, con achaques en la salud, con recuerdos, con cicatrices, con deseos muchas veces no cumplidos. Veo a un maestro que necesita ser tratado con estima, con aprecio, con respeto, con valoración. Veo a un maestro que necesita ahora poder disponer del fruto de su esfuerzo, de sus sacrificio de toda una vida al servicio de los demás, pero no lo tiene.
En verdad, mi baldecito viajero, hoy me ha hecho pensar y reflexionar mucho en todo esto; quizás a ustedes les parezca tonto o interesante, pero es la verdad.
Alguien decía: La gente se arregla todos los días el cabello: ¿Por qué no el corazón?
Últimamente, la apariencia del baldecito viajero se ve desarreglado por el uso, pero tiene un corazón arreglado.
Arreglemos y sanemos nuestro corazón, así como arreglamos nuestro cabello, pues allí está la esencia de nuestro ser. Así como el baldecito viajero, dar  todo lo mejor que podemos dar.
Prof. Jose Luis Arista Tejada.





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2 comentarios:

  1. Bendiciones abundantes. Un abrazo a la distancia.
    https://estoy-aqui-para-decirte-si-se-puede.webnode.pe/fechas-de-la-gira/

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