domingo, 1 de diciembre de 2019


Artículos: en Radio Reina de la Selva:
Te quiero mucho.

Prof. Jose Luis Arista Tejada.

Te has levantado temprano al escuchar los ruidos que yo realizaba al momento de alistarme, para partir rumbo a mi trabajo.
Eran las 2 de la mañana. Minutos antes, el timbre del despertador me había obligado a tener que levantarme de la cama, vestirme y salir a la puerta de la casa, con dirección a la calle, para subirme a la camioneta 4 X 4, que no tardaba ya en llegar a recogerme.
Ingresé al baño y al salir de allí, te encontré parado en la puerta de tu habitación. Yo me sorprendí al verte despierto y fuera de tu cama.
¿Qué haces despierto a esta hora? ¿Quieres ir al baño? Te pregunté.
No; me respondiste. Corriste hacia mí y con todas tus fuerzas, me diste un fuerte abrazo.
Te quiero mucho papá, me dijiste; que tengas un buen viaje.
Yo no supe qué decir. Me sorprendiste. Realmente, hiciste que mi corazón de volantines, saltos largos, saltos mortales y carreras de velocidad a ya no más poder. 
Me tuviste abrazado un buen rato. Tus brazos, rodeaban mi cintura y de tantas emociones experimentadas en ese momento, se humedecieron mis ojos; traté de retener esas lágrimas, conteniéndome, para poder decirte mirándote a los ojos: yo también te quiero mucho hijo mío.  
Te volví a abrazar fuertemente y te acompañé luego a tu habitación. Te dejé acostado en tu cama y me despedí de ti, dándote un beso en la frente y mencionando que el próximo viernes por la noche estaré de regreso en casa y nos podremos volver a ver.
Trata de dormir hijo mío, quedan pocas horas para que amanezca y hoy es lunes y tú también tienes que ir a tu escuela.
Duerme hijo mío, te quiero mucho, te dije; y salí de tu habitación cerrando la puerta.
Pasaron aproximadamente cinco minutos y se escuchó el sonido del clacson de la camioneta. Cogí mi mochila, mi baldecito viajero y me dispuse a salir de la casa, tratando de no hacer mucho ruido, pues no quería volver a despertar a los miembros de mi familia.
Cerré la puerta interior y el que da hacia la calle. La camioneta estaba allí, en la calle, estacionada, con el motor encendido y el conductor esperándome para ayudarme a subir a la tolva el baldecito viajero y unas cajas llenas de libros que había conseguido que nos den en donación para la biblioteca de la escuela, donde laboro. 
Una vez que todo estuvo acomodado, me dispuse a subir a la camioneta, abrí la puerta y en ese instante escuche de nuevo tu voz.
Papá, papá, te quiero mucho. Que tengas un buen viaje.
Tenías en mano, la linterna que usas para alumbrarte, cuando por la noche, deseas ir al baño y para no despertar a los demás, no enciendes la luz. Esa linterna que permanece junto a la lamparita de noche, al lado izquierdo de tu cama, la agitabas de un lado a otro, haciendo que su luz, se deje notar como un llamado de emergencia.
Te habías levantado una vez más. Tuviste que dejar tu cama, abrir la puerta del dormitorio, pasar por la cocina, el comedor, cruzar el patio y el jardín, para finalmente llegar a la puerta que da hacia la calle. Abriste esa puerta y ahí estabas, tú, hijo mío, diciéndome que me quieres mucho y deseándome un buen viaje.
Dejé la puerta del carro abierta y me volví hacia ti. Me puse de cuclillas y nos abrazamos tan tiernamente que no hubiese querido separarme, de no ser, que nuestras responsabilidades como profesor, en zona rural, además de ser padre, las tenemos que cumplir. ¡Cuánto te quiero hijo mío!
El sonido del clacson se escuchó de nuevo e hizo que me apure en despegarme de ti. ¡Qué gran desesperación lo que experimentó mi corazón! ¡Qué gran alboroto en mi cabeza!
Todos los demás, esa mañana, seguían durmiendo, mientras que tú, te preocupabas por mí, y me demostrabas el gran amor que me tienes.
¡Cuánto siento hijo mío, hacerte pasar momentos como este!
Tienes aún ocho años, eres un niño maravilloso, estas creciendo y no sabes cómo deseo lo mejor para ti.
Te tuve que dejar. Cerré la puerta y tú te quedaste a esperar a que llegue el próximo viernes.
Hoy es martes y ayer lunes, paso todo esto. La camioneta inicio su marcha con dirección al lugar donde laboro, luego de recoger a los pasajeros que aún faltaban, algunos de ellos, también profesores como yo, que partimos a cumplir con nuestra labor y que gracias a esa labor, podemos desarrollarnos como profesionales y mantener a nuestra familia.
Al subirme a la camioneta, no pude evitar sentir desasosiego, nostalgia, melancolía, desesperación. Saludé a los presentes sin el énfasis y la cortesía habitual. Me senté, y se inició en mí una lucha entre lo real y lo deseado.  
Estoy seguro que, así como yo, mi hijo, que lleva mi primer nombre, experimentó en ese momento, múltiples emociones; pasaron por su cabecita, muchos pensamientos; y, seguramente no concilió el sueño fácilmente.
Llegada la hora, yo tenía que estar en mi centro de labores y simultáneamente, mi hijo tenía que estar también en su escuela. ¿Cómo sería nuestro día?
Pues gracias a la vida, estamos siendo cada día más resilientes. Gracias a la tecnología, podemos además comunicarnos y darnos mutuamente el aliento necesario, de tal forma que, nuestro día sea lo más provechoso posible.
Gracias hijo mío por demostrarme tu amor. Te quiero mucho.
Gracias a tu hermano, gracias a tu mamá.
Gracias familia.
 
Te quiero mucho: 
https://www.reinadelaselva.pe/noticias/8131/te-quiero-mucho?fbclid=IwAR2ody_mQGjZX4gpiJqO50URlIODWycA8_2IzgxJ9-FC0j4LXTOrPNrO_L0

Agradecimiento:
https://www.reinadelaselva.pe/noticias/8028/agradecimiento-del-prof-jos-luis-arista-tejada

Club de Escritura:
https://clubdeescritura.com/perfil/105961/jose-luis-arista-tejada/

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