jueves, 30 de agosto de 2018



INGUILPATA
Inguilpata la flor del cerro, no es tan solo un nombre, una flor o un pueblo, es sobre todo el lugar donde se originó mi existencia.
Soy el resultado de haber nacido en Inguilpata. 
Hago memoria y veo a mi madre sentada al lado del fogón preparando la sopa de chochoca, el locrito de guineo, la sopita de chiclayito verde con su fríjol también verde, el locro de yuca, los camotes, la racacha, todos estos productos sembrados por mi padre y cosechados por mi madre para llevarlos de la huerta a la olla.
Recuerdo haber cuidado loros para que estos no se coman los choclos antes que nosotros. Construíamos espantapájaros y las colocábamos en media chacra y como si esto fuera poco, envolvíamos las mazorcas con trapos, papeles y bolsas, para que el huanchaco, otro de las aves con las que teníamos que pelearnos, para poder permitir que los choclos se maduren en su propia planta o de lo contrario, chacra entera, terminaba siendo destruida por loros y huanchacos.

En Inguilpata asistí a la escuela. Subía y bajaba los escalones de madera que tenía el local escolar. Corría en los balcones. Jugué en la plaza, correteando de un lado a otro durante el recreoz: la pelota, los trompos, las tejas, el rayuelo, los boliches, la pega, el escondite y tantos otros juegos que nos encantaba realizar.
En Vieylla, que es un barrio de Inguilpata, se ubica la casa que propicio mi crecimiento. Se encuentra allí los más preciosos recuerdos de mi niñez y adolescencia; además de ello, se halla allí, la lucha, el esfuerzo, las alegrías y tristezas, que en años, mis padres han vivido y construido.
En alguna ocasión he escuchado decir a mi padre: “seremos pobres materialmente, pero somos ricos en amor de Dios, en felicidad, en dignidad, en educación” y realmente estaba en lo cierto. Desde luego que, hemos levantado el vuelo desde un nido al que papá y mamá no abandonaron, un nido en el que nos sentimos protegidos y alegres y ese nido se encuentra en Inguilpata.
Es en Inguilpata que se forjaron muchos sueños míos. Los sábados, estaban designados al acarreo de leña. Como en casa somos varios hermanos, cada uno cogía su soga y su machete y nos dirigíamos al borde de la carretera con dirección a Tincas y desde allí, cargábamos sobre nuestra espalda un buen tercio de leña, el mismo que mamá, las utilizaba en la cocina durante los días de semana, hasta la llegada del sábado siguiente, en el que, nuestra tarea ya era conocida: traer leña.
Muchas personas, nos habrán encontrado y conocido en este trajinar de buscar leña para hacerla llegar a casa. Esta es una de las actividades que, más recuerdos me trae, porque la realizaba todos los sábados, año tras año, hasta que esto cesó, cuando los eucaliptos que había sembrado mi padre se convirtieron en árboles para ser cortados y utilizados como leña.
En Inguilpata, esta mi vida y por Inguilpata no deja de existir en mí un amor que perdura. Anhelo verla florecer, quiero ver a su gente progresar, a los jóvenes triunfar, a los niños sonreír; claro que sí.
En Inguilpata, la flor del cerro, he nacido y a veces yo me pregunto: ¿A que vine a este mundo? ¿Para qué existo? ¿Qué debo de hacer por mi tierra, por mi patria?
Lo único que sé es que debo de dar lo mejor de mí, llenar mi corazón de todo ese bien que desea brindar, ser esperanza y no desaliento.
Por hoy, quiero ofrecerles una flor, la flor del cerro que es el inguil de Inguilpata.

JOSE LUIS ARISTA TEJADA

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